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Héctor Magnetto había apostado fuerte a Hernán Pérez. Pero así como este señor prefiere que lo llamen Martín Redrado –segundo nombre y apellido, respectivamente– se convirtió en un escollo más que en una solución para los planes del CEO de Clarín. Magnetto había logrado que Pérez estuviera apoyado por varios jueces –la punta fue María José Sarmiento que se comunicaba con TN por mensajito– y por los senadores Gerardo Morales y Ernesto Sanz, además, por supuesto, de Julio Cobos. En ese contexto se entiende que se hubiera atrincherado en el Banco Central y que dijera, desafiante, desde la puerta de su casa: “Ellos creen que me matan, yo creo que se suicidan. No saben lo duro que puedo ser”. Eso fue al principio de este entuerto, que Elisa Carrió y Francisco de Narváez pronosticaron como largo y que terminó abruptamente el viernes por la noche. En la jornada más calurosa de enero, de impecables gemelos y traje de financista, Pérez llamó al hotel Plaza para confesar: “Estoy cansado. Me voy”. Algunos quieren leer estas declaraciones en clave psicoanalítica y atribuirlas a una personalidad ciclotímica. Nada más erróneo. Lo duro que podía ser refería al gran respaldo que le había hecho Magnetto, su principal espónsor. Pero el ajedrez de la política no se queda en las figuras, sino en las conveniencias y, sobre todo, en la secuencia de por qué mover un trebejo en una dirección o sacrificar otro. Cuando la Presidenta decidió jugar a fondo y no viajar a China, Sanz y Morales entendieron que estaban obligados a quedar pegados a Pérez. A su vez, cuando Cobos convocó la Comisión Bicameral sabía que los ojos del país estarían atentos a un nuevo voto, ¿no positivo o no negativo?, pero en esta oportunidad sin la patria sojera de motor, sino para trabar el Fondo del Bicentenario y complicar la situación financiera de la Argentina.
En ese escenario, Cobos, a medida que se terminaba la semana, se desmarcó del ex presidente del Central. Sanz y Morales lo dejaron librado a su suerte. El mejor argumento para distraer la atención lo dio el jurista radical Ricardo Gil Lavedra, quien falsificó los hechos con mucha elegancia. En vez de decir que Redrado no tenía más apoyo, consideró que estaba frente a un hecho abstracto: “¿Qué sentido tiene aconsejar la remoción o no de alguien que ha manifestado su voluntad de renunciar?”. La verdad es otra: el ex presidente del Central había quedado solo como un cero solo. El mismo Gil Lavedra fue uno de los que se desentendió de la suerte de Hernán Pérez.
Por Eduardo Anguita